Acusan a Cuba de fusilar, pero no dicen los crímenes que cometieron.


Por Arthur González.

En 1959 al triunfar la Revolución cubana, una de las primeras medidas adoptadas fue detener y someter a juicios a los asesinos, torturadores y colaboradores del régimen del dictador Fulgencio Batista; muchos de ellos fueron sancionados a pena de muerte por sus crímenes.

Los que ahora acusan a Cuba, no mencionan esos asesinatos, solo conforman operaciones mediáticas para tergiversar la verdad y ocultar que Estados Unidos recibió y otorgó la categoría de “refugiados políticos”, a una parte de aquellos asesinos.

De lo sucedido a los asaltantes al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba en 1953, ni una palabra, cuando allí el ejército batistiano asesinó, sin juicio alguno, a todos los detenidos.

Contra Batista nunca se llevó a cabo una denuncia por sus violaciones de los derechos humanos, ni fue sometido a sanciones económicas, porque fue un fiel peón de Washington y asesorado por oficiales del FBI que viajaron a La Habana para entrenar a quienes formaron parte del Buro de Represiones Anti Comunistas, BRAC, tenebrosa organización que detenía arbitrariamente y asesinaba a mansalva, por el solo hecho de ser sospechoso de comunista.

Los juicios celebrados en 1959 contra los asesinos y torturadores, fueron públicos, miles de personas asistieron, para declarar contra quienes cometieron todo tipo de crímenes.

Entre los asistentes a los juicios estaban periodistas extranjeros, que comprobaron la justeza de las sanciones. Entre ellos el presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa, Jules Dubois; el editor del Washington Daliy News, John T. O´bourke y los diputados chilenos Alfredo Lorca y José Musalem.

Sin esclarecer los motivos que los impulsan o quienes les sufragan en estos momentos esa campaña contra la Revolución, organizaciones contrarrevolucionarias a las órdenes de Estados Unidos, entre ellas: Archivo Cuba, la Fundación de los Derechos Humanos y Cubalex, presentaron un documento sobre fusilamientos, supuestas desapariciones forzosas, asesinatos extrajudiciales, muertes de opositores e inducción al suicidio, algo que jamás el gobierno de Estados Unidos ha podido probar.

Las acusaciones parten de Miami, donde precisamente se refugiaron los asesinos más crueles de la tiranía batistiana, a pesar de ser reclamados por el gobierno revolucionarios. La respuesta del Departamento de Estados yanqui fue otórgales la residencia en ese país.

Al parecer María Werlau, directora ejecutiva de la organización Archivo Cuba, no sabe que Esteban Ventura, Jesús Blanco Hernández, Conrado Carratalá Ugalde, Luis Alberto del Rio Chaviano, Sotero Delgado Méndez, Orlando Piedra Negueruela, Mariano Faget Díaz, Rafael Gutiérrez Martínez, Pilar García, Irenaldo García Báez, Julio Laurent Rodríguez, Lutgardo Martín Pérez Molina y Rolando Masferrer Rojas, encontraron refugio seguro en territorio estadounidense, a pesar de tener sus manos llenas de sangre.

Tampoco conoce que por las calles de Miami camina libremente Posa Carriles, autor de la voladura de un avión civil cubano donde murieron 73 personas, padre de los actos terroristas contra 6 hoteles cubanos, donde falleció un turista y que fue participante del plan de asesinato de Fidel Castro, en ciudad de Panamá.

¿Por qué ella no reclama justicia para esas víctimas?

Entre los fusilados en Cuba estaba el ex comandante del ejército de Batista, Jesús Sosa Blanco, acusado de cometer 108 asesinatos, de ellos 53 en una tarde.

Otro de los fusilados fue el capitán Grao, quien en solo una mañana asesinó a 30 campesinos de un caserío en las faldas de la Sierra Maestra, para que no apoyaran al ejército rebelde.

Entre los testigos en aquellos juicios comparecieron sacerdotes que declararon sobre la crueldad de los acusados.

¿No saben los miembros de esas organizaciones contrarrevolucionarias, de los 214 asesinatos cometidos por los alzados en las montañas del Escambray, organizados y armados por la CIA?

Alfabetizadores, maestros, campesinos y sus familiares, obreros agrícolas y funcionarios, fueron torturados y asesinados por esos llamados “luchadores por la libertad”.

Entre los alfabetizadores están Pedro Blanco Gómez de 13 años; Manuel Ascunce de 16 años; Delfín Sen Cedré de 20 años y el maestro Conrado Benítez de 18 años.

Total de víctimas fatales, de ellos 63 campesinos y obreros agrícolas, 13 niños, 3 mujeres, 8 ancianos, 9 maestros voluntarios de la campaña de alfabetización, 10 funcionarios, 6 administradores de granjas agrícolas.

Muchos de los asesinos fueron juzgados y fusilados justamente.

Terroristas a las órdenes de la CIA, colocaron explosivos en los centros comerciales, cines y escuelas de la isla, donde murieron personas inocentes. Entre los autores está Carlos Alberto Montaner, hoy residente en Estados Unidos, a pesar de ser un prófugo de la justicia cubana.

Miembros de organizaciones terroristas como Alfa 66, Omega 7, y muchas más, transitan libremente por calles y ciudades de Estados Unidos, como lo hizo Orlando Bosch, quien contó con el apoyo de la representante al Congreso Ileana Ros-Lehtinen, al igual que Guillermo Novo Sampoll, implicado directamente en el asesinato del ex canciller chileno Orlando Letelier, su secretaria y el chofer.

Antes de mentir contra Cuba, deberían responder ante la Consejo de los Derechos Humanos de la ONU, por qué no demandan al FBI de no actuar contra los residentes en Miami, Ángel de Fana Serrano, participante del plan de asesinato a Fidel Castro, junto a Posada Carriles; Armando Valladares, terrorista que colocó bombas en centros comerciales de La Habana; Gaspar Jiménez, asesino del diplomático Dartagnan Díaz; Pedro Remón, asesino de los funcionarios cubanos Eulalio Negrín y Félix García; Ramón Saúl Sánchez, ex miembro de Omega 7 y cómplice de los asesinos Eduardo Arocena y Pedro Remón.

La guerra psicológica contra Cuba nunca ha fructificado, pues se desbarata con las propias informaciones desclasificadas de la CIA y del FBI.

Los que reciben altas sumas de dinero para tales campañas carecen de moral y elementos convincentes, viajan constantemente a Estados Unidos, son asiduos visitantes a residencias diplomáticas y abastecidos para sus acciones.

Mientras acusan a Cuba, callan sobre las desapariciones, secuestros y asesinatos de miles de mexicanos, hondureños, salvadoreños y guatemaltecos, y no dijeron una sola palabra de la detención arbitraria y asesinato del joven argentino Santiago Maldonado.

Por la ausencia de moral y apego a la verdad, nunca han contado con apoyo del pueblo cubano, son repudiados permanentemente por una población que sabe lo que es padecer el terrorismo de estado, ese que durante medio siglo ejecuta Estados Unidos contra Cuba.

No por gusto expresó José Martí:

“Se aborrece a los viles y se ama con todas las entrañas, a los hombres pudorosos y bravos”

Advierten reconocidos siquiatras y sicólogos que es un error tratar a Donald Trump como si fuera normal


El corresponsal del periódico La Jornada, David Brooks, publicó un interesante artículo el pasado viernes 29 de septiembre de 2017, donde asegura:

Más de 20 reconocidos expertos publicaron el libro The dangerous case of Donald Trump, en el cual cumplen con su deber de advertir sobre el peligro que el estado de salud del Presidente, representa para el país y el mundo. Aclaran los autores del texto que no buscan un diagnóstico pleno del gobernante, sino que sólo evalúan su peligrosidad, con una mezcla tóxica.

Donald Trump padece una condición mental que lo vuelve un peligro claro y presente para el país y el mundo, advierten unos 27 reconocidos expertos en salud mental en un nuevo libro que será publicado la próxima semana en Estados Unidos.

Trump está mentalmente enfermo de manera peligrosa, afirman siquiatras, sicólogos y expertos en salud mental en The dangerous case of Donald Trump (El peligroso caso de Donald Trump). Argumentan que, justo por el peligro que representa para Estados Unidos y el mundo, en este caso no aplican las normas y reglas de gremios de su profesión, como la Asociación Americana de Siquiatría, que prohíben el diagnóstico público de figuras públicas que no están directamente bajo el cuidado de un profesional de salud mental.

Afirman, que el principio del deber de advertir impera en este caso, donde el peligro a otros que representa un individuo con problemas de salud mental debe ser anunciado para cumplir con la guía de la conducta profesional, la “responsabilidad por la vida humana y el bienestar”.

Colectivamente advertimos que, a cualquiera tan mentalmente inestable como Trump, simplemente no se le debería confiar los poderes de vida y muerte de la presidencia, escriben en el prólogo del libro la doctora Banda X. Lee, de la Escuela de Medicina de la Universidad Yale, y Judith Herman, de la Escuela de Medicina de Harvard. Ambas insisten en que están evaluando la peligrosidad de Trump y no buscando hacer un diagnóstico pleno del individuo.

Los autores del texto ofrecen toda una gama de etiquetas sicológicas para describir el estado mental de Trump, varios de ellos se centran en el concepto de narcisismo maligno (concepto desarrollado por el sicólogo humanista Erich Fromm, para evaluar a Hitler y sus seguidores).

Creemos que Trump es el hombre más peligroso en el mundo, escribe en el sicólogo Philip Zimbardo, profesor emérito de la Universidad de Stanford, uno de los autores que contribuyen al libro editado por la doctora Lee.

Lance Dodes, profesor retirado de siquiatría en Harvard, escribe que las características sociopáticas de Trump son innegables y crean un peligro profundo para la democracia y seguridad de Estados Unidos, y pronostica que sólo empeorará con el curso del tiempo.

El doctor James Gilligan, argumenta que el punto principal para los expertos en esta evaluación, no es si el Presidente padece de una enfermedad mental, sino evaluar si representa un peligro para otros, y ese análisis se puede hacer sin examinar al individuo, sólo por analizar su comportamiento público.

Más aún, algunos argumentan que un presidente puede sufrir una enfermedad mental y no ser peligroso; algunos citan un famoso estudio de los 37 presidentes estadunidenses hasta el año 1974, que concluyó que 50 por ciento de ellos tenía problemas mentales. Pero afirman que en el caso de Trump, sus múltiples problemas mentales están combinados en lo que uno llamó una mezcla tóxica altamente peligrosa.

Gilligan, profesor de siquiatría en la Universidad de Nueva York y experto en violencia, argumenta que no advertir al público que Trump es extremadamente peligroso, de hecho, y por mucho el presidente más peligroso de nuestras vidas, sería no cumplir con el deber profesional de advertir a las víctimas potenciales, cuando identificamos señales y síntomas que indican que alguien es peligroso a la salud pública.

Agrega que, al guardar silencio, “apoyamos pasivamente y cometemos el error peligroso y naif de tratarlo como si fuera un presidente ‘normal’ o un líder político ‘normal’. No lo es, y es nuestro deber decirlo”, escribió el reconocido experto en estudios sobre la violencia y asesor del Tribunal Internacional de Justicia y la Organización Mundial de la Salud, entre otras.

Robert Jay Lifton, sico-historiador famoso por sus estudios sobre la mentalidad de doctores nazis y las condiciones en conflictos como Vietnam, profesor emérito de la Universidad de Columbia y otro de los colaboradores del libro, comentó en entrevista con Bill Moyers, que: “el presidente estadunidense tiene un poder particular. Esto hace que Trump sea el hombre más peligroso del mundo, tanto porque tiene su dedo en el gatillo nuclear como porque su mente está estacionada en la realidad solipsista. Las dos cosas son una combinación espantosa”.

Añadió: “la realidad solipsista, es donde el individuo sólo es capaz de abrazar una realidad que tiene que ver con él mismo y la percepción y protección de su propio ser. Y que un presidente esté tan enredado en esta realidad solpsista aislada no podría ser más peligroso para el país y para el mundo”.

A la vez, Lifton también advierte –en su introducción a este libro– de la normalidad maligna, donde algo destructivo y peligroso es presentado como algo normal, y que en el caso de esta presidencia se tiene que hacer todo para evitar eso, al confrontar lo maligno y darlo a conocer.

Reúnen firmas para que lo retiren del cargo Sigue leyendo

La seguidilla, “ataques a diplomáticos yanquis en Cuba”


Por Arthur González.

Si no fuese por la doble intención que se esconde tras las reiteradas noticias de los supuestos ataques a diplomáticos yanquis en Cuba, no valdría la pena perder el tiempo en leerlas y menos en responder, pero evidentemente la campaña sigue y se incrementa por las figuras más altas de la política de la administración de Donald Trump.

Durante una entrevista concedida por el vicepresidente de los Estados Unidos, Mike Pence, al canal Telemundo 51 de Miami el pasado 23.08.2017, aseguró que “la administración continúa examinando con mucha seriedad las lesiones físicas sufridas por diplomáticos estadounidenses en La Habana, a causa de un posible ataque acústico”.

Por estar en Miami, capital de la mafia terrorista anticubana y para calmar los ánimos de aquellos que esperan el endurecimiento de la política hacia Cuba, Pence les expresó que “en este momento se están ultimando los detalles para la implementación de los cambios en la política hacia la isla”.

Esas amenazas se suman a la reciente noticia divulgada por la prensa oficialista yanqui, en la cual un supuesto “médico” estadounidense que dijo haber evaluado a los diplomáticos de Estados Unidos y de Canadá, les diagnosticó “enfermedades tan graves como lesión cerebral traumática, con un probable daño al sistema nervioso central”, todo un novelón de terror y misterio al estilo de Hollywood.

En las noticias publicadas sobre el supuesto ataque, se afirma que el Buró Federal de Investigaciones (FBI) y el Gobierno cubano están investigando los “incidentes” en La Habana, que según el Departamento de Estado tuvieron lugar a finales de 2016.

La información no aclara quien es el médico, su especialidad y la institución donde trabaja, lo que hace dudar de la veracidad de dicha noticia y la pone a nivel del rumor que desea crear el Departamento de Estado, sin que aún se conozca lo que persigue.

Estados Unidos no ha culpado hasta la fecha al Gobierno cubano; sin embargo, el pasado mes de mayo decidió expulsar a dos diplomáticos de la embajada de Cuba en Washington, bajo el rebuscado pretexto de que La Habana “no cumplió” adecuadamente la obligación de proteger al personal diplomático.

No hay país en el mundo donde los diplomáticos de Estados Unidos, ni aquellos que viajan a Cuba bajo las 12 licencias aprobadas, puedan pasear solos por las calles a cualquier hora del día y la noche, sus hijos jugar libres en parques y plazas sin peligro alguno, como no se atreven a hacerlo es su país debido al alto nivel de violencia y criminalidad.

La notica lleva más de una semana en titulares de la prensa oficialista, algo anormal, cuando en América Latina se suceden asesinatos constantes, desaparecidos como el del joven argentino Santiago Maldonado y huelgas de maestros, sin que sus medios le den la más mínima importancia.

Heather Nauert, portavoz del Departamento de Estado, durante su habitual rueda de prensa, se negó a confirmar la situación médica de ningún miembro del personal estadounidense en Cuba, aunque volvió con la retórica de que “lo sucedido en La Habana es de gran preocupación para el gobierno de Estados Unidos”.

Pero a lo que no hace referencia el Departamento de Estado ni la prensa oficialista, es a los hechos que han acontecido en su territorio y en otros países aliados, con el personal diplomático cubano, donde incluso algunos han perdido la vida, por asesinos residentes en los Estados Unidos.

El 11 de septiembre de 1980 Félix García Rodríguez, diplomático de la misión cubana ante las Naciones Unidas en New York, fue asesinado por terroristas cubanos residentes allá, mientras conducía su auto por el barrio de Queens en New York. El Gobierno estadounidense, no cumplió adecuadamente la obligación de proteger al personal diplomático.

La organización terrorista Omega 7, con oficinas públicas en Miami, fue la responsable del asesinato. El plan inicial era asesinar a cuatro funcionarios cubanos de la misión diplomática. Implicados en ese criminal acto estaban Eduardo Arocena, Pedro Remón, Eduardo Losada y Andrés García. Excepto Arocena, todos viven libres en Estados Unidos.

El 23 de julio de 1976 fue asesinado en México el técnico cubano de la pesca Artaigñan Díaz, uno de los autores Gaspar Jiménez Escobedo logró fugarse a Estados Unidos. El 17 de noviembre del 2000 participó en el plan de asesinato al presidente Fidel Castro en Ciudad Panamá. Hoy continua libre en Miami y los oficiales del FBI no lo molestan, a pesar de ser un connotado terrorista.

La lista de hechos ocurridos contra la embajada cubana en New York es amplia y variada, entre ellas bombas colocadas bajo el auto oficial del jefe de la misión y al parecer las autoridades yanquis son ineficientes para detectar a tiempo esos actos de terrorismo, ni se preocupan por juzgar a sus autores.

Nada de eso ha sucedido contra la embajada yanqui en La Habana, ni sus diplomáticos son asediados o agredidos, a pesar de participar abiertamente en reuniones conspirativas con la contrarrevolución interna, tanto en la capital como en otras provincias.

Al Departamento de Estado ni al FBI, no parece preocuparles que terroristas de origen cubano se paseen por las calles de Estados Unidos, como lo hace Luis Posada Carriles, autor de la voladura de un avión civil cubano en 1976, donde murieron 73 inocentes, por tanto no tienen nada que investigar en Cuba, mejor que empleen sus recursos y tiempo en capturar a quienes asesinan y hieren a inocentes, incluso dentro del propio territorio de Estados Unidos, colocando artefactos explosivos en oficinas gubernamentales y privadas.

Cuba no tiene de que preocuparse, allá los yanquis que protegen a terroristas de larga data, esos que fueron capaces de matar sin escrúpulos al presidente J.F. Kennedy.

La Casa Blanca debería tener presente a José Martí cuando señaló:

“Lo único verdadero es lo que la razón demuestra”

Proponen recortar fondos para embajada yanqui en La Habana


Por Arthur González.

Compulsada por mafiosos anticubanos en el Congreso de Estados Unidos, la Cámara de Representantes propuso un proyecto para recordar los fondos a su embajada en la Habana, hasta que Cuba devuelva algunos ciudadanos considerados como «terroristas» refugiados en la Isla.

Estados Unidos no reconoce como disidentes u opositores a los integrantes del extinto grupo Las Panteras Negras, sin embargo, así califican a los contrarrevolucionarios que ellos crearon, entrenan y sostienen financieramente en Cuba y en Venezuela.

Una de las personas reclamadas es Joanne Chesimard, única mujer que aparece como uno de los 10 terroristas más buscados por el Buró Federal de Investigaciones, FBI, acusada de matar en 1973 a un policía de Nueva Jersey, durante un enfrentamiento entre una patrulla y varios disidentes.

Si ella hubiese sido la víctima, al culpable nunca lo juzgarían por asesinar a una mujer que luchaba por los derechos civiles de los negros norteamericanos.

En Venezuela, la derecha estimulada por Washington asesina a mansalva a jóvenes chavistas quemándolos vivos, pero no son considerados asesinos, sino “opositores que luchan por la libertad”.

Si de reclamaciones se trata, el Senador por el estado de New Jersey, Bob Menéndez, acusado de corrupción, debe tener presente que la lista de asesinos prófugos de la justicia cubana es mucho más extensa que la de los que reclama Estados Unidos, e incluye a esbirros de la tiranía de Fulgencio Batista, que encontraron abrigo y apoyo desde 1959, a pesar de las reclamaciones oficiales de Cuba.

Si la refugiada Joanne Chesimard, está acusada de matar un policía, Menéndez, quien integra la mafia terrorista anticubana, debería saber que solo entre Esteban Ventura Novo, Rolando Masferrer Rojas, Julio Laurent Rodríguez y Conrado Carratalá Ugalde, tienen mucho más de 100 asesinados cada uno, y fueron reclamados por delitos comunes y jamás el gobierno de Estados Unidos los devolvió a Cuba.

Orlando Bosch, Luis Posada Carriles, Pedro Remón, Guillermo Novo Sampoll, Gaspar Jiménez, más otros asesinos y autores de actos terroristas contra el pueblo cubano, disfrutan la vida en las calles de Estados Unidos bajo el estatus de “refugiados políticos”, e incluso muchos fueron aceptados en ese país a partir de la solicitud que hiciera la representante republicana Ileana Ros-Lehtinen, a los presidentes Ronald Reagan y George Bush.

No hay moral para hacer reclamaciones de una disidente que buscaba la igualdad para los negros estadounidenses, mientras goza de total libertad Luis Posada Carriles, autor de la voladura de un avión civil cubano donde perdieron la vida 73 personas, más un turista italiano muerto a causa de las bombas colocadas en hoteles de La Habana, jactándose posteriormente ante la TV de Miami que ese joven italiano “estaba en el lugar y momento equivocado”.

¿Qué tratamiento recibirían Posada, Bosch, Remón, Novo y Jiménez, si los asesinatos cometidos fuesen en Estados Unidos contra ciudadanos de ese país? ¿Los considerarían disidentes? Por supuesto que no y las condenas serían de pena de muerte.

Mucha manipulación existe en la política de Estados Unidos, mientras consideran “luchadores por la libertad” a vulgares delincuentes, a los que verdaderamente batallan por los derechos civiles y humanos, los persiguen y condenan sin piedad.

La historia pasa factura y por eso Estados Unidos es repudiado por millones de hombres y mujeres en el mundo, sus embajadas tienen que ser fuertemente protegidas, sus presidentes circulan en autos blindados como ningún otro estadista y la policía reprime sin misericordia a todo aquel que intente reclamar sus derechos.

Los mafiosos son tan brutos que no analizan que el recorte presupuestario solo perjudicará a los propios Estados Unidos, y sin dinero los diplomáticos en La Habana se verán restringidos de llevar acabo las acciones de subversión política que realizan sobre los cubanos, especialmente los jóvenes, a los que pretenden emplearlos para su añorado cambio del sistema socialista, a fin de instaurar nuevamente el capitalismo que no eliminó la pobreza, el analfabetismo, la falta de atención médica para los pobres, la discriminación racial y de género, más las diferencias sociales.

Después del restablecimiento de relaciones el 17.12.2014 el Buró de Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado, solicitó un incremento del presupuesto en más de 6 millones de dólares para la Misión en La Habana, el que hoy asciende a  11 millones 92 mil dólares, más un aumento adicional de otros 528 mil dólares.

Esta última partida fue destinada a programas diseñados por el Departamento de Estado  en su trabajo “pueblo a pueblo”, que tiene como objetivo el traslado de los valores de la sociedad norteamericana entre los cubanos, para ir horadando el sistema socialista desde adentro, mediante proyectos de educación e intercambio cultural, y según sus propias palabras “desarrollar contactos con nuevos públicos e instituciones, fortaleciendo las conexiones con instituciones e individuos de los Estados Unidos, que actualmente están en contacto con organizaciones cubanas”.

Al respecto Barack Obama declaró el 01.07.2015:

“…Podremos aumentar considerablemente nuestro contacto con el pueblo cubano. Tendremos más personal y nuestros diplomáticos podrán participar de manera más extensa en toda la isla…incluida la sociedad civil y con los cubanos que buscan alcanzar una vida mejor. […] Nadie espera que Cuba se transforme de la noche a la mañana, pero creo que el compromiso estadounidense, mediante nuestra embajada, empresas y ante todo nuestro pueblo, es la mejor manera de representar nuestros intereses, y apoyar la democracia y los derechos humanos”.

Los gastos aprobados el pasado 26.07.2017 por el Comité de Asignaciones para su embajada en Cuba, impedirá construir en esa Misión nuevas instalaciones o contratar personal adicional, excepto los imprescindibles para la seguridad y salud de los funcionarios, e impone las mismas restricciones a la de Cuba en Washington, algo que no es preocupante para los cubanos, todo lo contrario, pues como bien afirmó José Martí:

“Con la resolución indudable del pueblo de Cuba, es imposible la derrota”.

 

 

 

Declaraciones del ex jefe del FBI complican futuro de Trump


Por Arthur Gonzalez.

Muy complicadas las declaraciones del ex jefe del FBI, James Comey, ante el comite del Senado. El tema bien peliagudo y pudieran decir el futuro del Presidente Donald Trump. Ls pongo a disposicion de mis amgios para que cada cual  saque sus propias conclusion.

Texto completo: Declaración de James Comey ante el Comité de
Inteligencia del Senado acerca de contactos con Trump.


8 de junio, 2017. Declaración para el Acta. Comité Senatorial de Inteligencia.


James B. Comey . 8 de junio de 2017

Presidente Burr, principal miembro de la oposición Warner, miembros del Comité. Gracias por invitarme a comparecer ante ustedes hoy. Se me pidió que testificara hoy para describir ante ustedes mis interacciones con el presidente electo y el presidente Trump en temas que yo entiendo que son de interés para ustedes.

No he incluido todos los detalles de mis conversaciones con el presidente, pero, según lo que recuerdo, he tratado de incluir información que pueda ser pertinente para el Comité.

Sesión de información del 6 de enero

Me encontré por primera vez con el entonces presidente electo Trump el viernes 6 de enero en una sala de conferencias de la Torre Trump en Nueva York. Estuve allí con otros líderes de la comunidad de Inteligencia (CI) para informarle a él y a su nuevo equipo de seguridad nacional de los hallazgos de una evaluación de la CI acerca de los esfuerzos rusos para interferir en las elecciones.

Al concluir esa exposición, permanecí solo con el presidente electo para informarle sobre algunos aspectos personalmente confidenciales de la información reunida durante la evaluación.

El liderazgo de la CI consideró importante, por diversas razones, alertar al presidente entrante de la existencia de este material, aunque fuera salaz y no verificado.

Entre esas razones estaban:

(1) sabíamos que los medios estaban a punto de publicar el material y creíamos que la CI no debía mantener en la ignorancia al presidente acerca del conocimiento del material y su inminente publicación; y (2) en la medida en que hubo algún esfuerzo para comprometer a un presidente entrante, podríamos contener cualquier esfuerzo de ese tipo con una sesión defensiva de información.

El Director de Inteligencia Nacional me pidió que yo personalmente hiciera esta parte del briefing porque yo iba a mantener mi puesto y porque el material implicaba las responsabilidades de contrainteligencia del FBI.

También acordamos que lo haría yo solo para minimizar un posible embarazo para el presidente electo. Aunque estuvimos de acuerdo en que tenía sentido que yo hiciera el briefing, los altos funcionarios del FBI y yo estábamos preocupados de que briefing pudiera crear una situación en la que un nuevo presidente tomara posesión sin saber si el FBI estaba conduciendo una investigación de contrainteligencia de su conducta personal.

Es importante entender que las investigaciones de contrainteligencia del FBI son diferentes al más conocido trabajo  investigativo criminal.

El objetivo del Buró en una investigación de contrainteligencia es entender los métodos técnicos y humanos que potencias hostiles extranjeras están utilizando para influir a Estados Unidos o robar nuestros secretos.  El FBI utiliza ese entendimiento para interrumpir esos esfuerzos.

A veces la interrupción toma la formada alertar a una persona que es un objetivo de reclutamiento o influencia por parte de la potencia extranjera. A veces se trata de fortalecer un sistema informático que está siendo atacado. A veces implica convertir a la persona reclutada en un agente doble, o dar a conocer públicamente el comportamiento con sanciones o expulsiones de oficiales de inteligencia con sede ​​en embajadas. En ocasiones, el procesamiento criminal se utiliza para interrumpir las actividades de inteligencia.

Debido a que la naturaleza de la nación extranjera hostil es bien conocida, las investigaciones de contrainteligencia tienden a centrarse en individuos que el FBI sospecha de ser agentes voluntarios o involuntarios de esa potencia extranjera.

Cuando el FBI desarrolla razones para creer que un estadounidense ha sido objeto de reclutamiento por parte de una potencia extranjera o actúa encubiertamente como un agente de la potencia extranjera, el FBI “iniciará una investigación” acerca de ese estadounidense y usará las autoridades legales para tratar de conocer más acerca de la naturaleza de cualquier relación con la potencia extranjera para que pueda ser interrumpida.

En ese contexto, antes de la reunión del 6 de enero, discutí con la dirección del FBI si debía estar preparado para asegurar al presidente electo Trump que no lo estábamos investigando personalmente. Eso era cierto; no teníamos un caso abierto de contrainteligencia contra él.  Estuvimos de acuerdo en que debía hacerlo si las circunstancias lojustificaban. Durante nuestra reunión individual en la Torre Trump, basándome en la reacción del presidente electo Trump a la sesión informativa y sin que él hiciera la pregunta directamente, ofrecí esa garantía.

Me sentí obligado a documentar mi primera conversación con el presidente electo en un memorando. Para asegurar la exactitud, comencé a transcribirla en un ordenador portátil en un vehículo del FBI frente a la Torre Trump en el momento que salí de la reunión.

La creación de documentos escritos inmediatamente después de conversaciones individuales con el señor Trump fue mi práctica desde ese punto en adelante. Esto no había sido mi práctica en el pasado.

Hablé solo dos veces en persona con el presidente Obama (y nunca por teléfono) – una vez en 2015 para discutir cuestiones de política de aplicación de la ley y una segunda vez, brevemente, cuando él se despidió a finales de 2016.

En ninguna de estas circunstancias puse por escrito las discusiones. Puedo recordar nueve conversaciones personales con el presidente Trump en cuatro meses, tres en persona y seis en el teléfono.

Cena del 27 de enero

El presidente y yo cenamos el viernes 27 de enero a las 6:30 pm en la Sala Verde de la Casa Blanca. Me había llamado a la hora de almuerzo ese día y me invitó a cenar esa noche, diciendo que iba a invitar a toda mi familia, pero decidió tenerme solo esta vez, y que la familia viniera la próxima vez. Por la conversación, no me quedaba claro quién más estaría en la cena, aunque asumí que habría otros.

Resultó que éramos solo nosotros dos, sentados a una pequeña mesa ovalen el centro de la Sala Verde. Dos camareros de la Marina nos sirvieron, y solo entraban en la habitación para servir comida y bebidas.

El presidente empezó preguntándome si quería permanecer como director del FBI, lo cual me pareció extraño, porque él ya me había dicho dos veces en conversaciones anteriores que esperaba que permaneciera y yo le había asegurado que tenía la intención deshacerlo. Dijo que mucha gente quería mi puesto y, dado el maltrato que había recibido durante el año anterior, él entendería si yo quería irme.

Mi instinto me dijo que la reunión a solas y la excusa de que esta era nuestra primera discusión acerca de mi cargo significaba que la cena fue, al menos en parte, un esfuerzo para que yo le pidiera permanecer en mi cargo y crear algún tipo de relación de patronazgo.

Eso me preocupó mucho, dada la posición tradicionalmente independiente del FBI del Poder Ejecutivo. Le respondí que me encantaba mi trabajo y tenía la intención de quedarme y cumplir mi mandato de diez años como director. Y luego, porque la situación me hizo sentir incómodo, añadí que no era “confiable” en la manera en que los políticos usan esa palabra, pero siempre podía contar conmigo para decirle la verdad. Añadí que no estaba políticamente a favor de nadie y no se podía contar conmigo en el sentido político tradicional, una postura que
dije servía mejor a los intereses del presidente.

Al cabo de unos instantes, el presidente dijo: “Necesito lealtad. Espero lealtad”. No me moví, ni hablé, ni cambié mi expresión facial de alguna manera durante el silencio incómodo que siguió. Simplemente nos miramos en silencio.

La conversación siguió adelante, pero volvió al tema al finalizar nuestra cena. En un punto, le expliqué por qué era tan importante que el FBI y el Departamento de Justicia sean independientes de la Casa Blanca.

Dije que era una paradoja: a lo largo de la historia, algunos presidentes han decidido que debido a que había “problemas” con el Departamento de Justicia, debían tratar de mantener cerca al Departamento. Pero hacer imprecisos esos límites en última instancia empeora los problemas, al socavar la confianza del público en las instituciones y su trabajo.

Al final de nuestra cena, el presidente volvió al tema de mi cargo, diciendo que estaba muy contento de que quisiera quedarme, agregando que él había oído grandes cosas acerca de mí de parte de Jim Mattis,Jeff Sessions, y muchos otros. Entonces me dijo: “Necesito lealtad”.

Le respondí: “Siempre obtendrá de mí la honestidad”. Hizo una pausa y luego dijo: “Eso es lo que quiero, lealtad honesta”.

Hice una pausa y luego dije: “Usted tendrá eso de mí”.

Como escribí en el memorando que creé inmediatamente después de la cena, es posible que entendiéramos la frase “lealtad honesta” de manera diferente, pero decidí que no sería productivo llevarlo más allá. El término –lealtad honesta– había ayudado a poner fin a una conversación muy incómoda y mis explicaciones habían dejado claro lo que él debía esperar.

Durante la cena, el presidente regresó al material salaz de que yo le había informado el 6 de enero y, como lo había hecho anteriormente, expresó su repugnancia por las acusaciones y las negó rotundamente.

Dijo que estaba considerando pedirme que investigara el presunto
incidente para demostrar que no sucedió.

Le respondí que debía pensarlo cuidadosamente, porque podría crear una idea de que lo estábamos investigando personalmente, lo que no estábamos haciendo, y porque era muy difícil probar una negación. Dijo que pensaría en ello y me pidió que lo pensara. Como era mi práctica para las conversaciones con el presidente Trump, escribí un memorando detallado sobre la cena inmediatamente después y lo compartí con el equipo de dirección del FBI.

Reunión en la Oficina Oval, 14 de febrero

El 14 de febrero, fui a la Oficina Oval para una sesión informativa programada al presidente acerca del contraterrorismo. Se sentó detrás del escritorio y un grupo de nosotros estábamos sentados en un semicírculo de seis sillas al otro lado del escritorio.

El vicepresidente, el director adjunto de la CIA, el director del Centro Nacional de Lucha contra el Terrorismo (NCTC), el secretario de Seguridad Nacional, el fiscal general y yo estábamos en el semicírculo de sillas. Yo me encontraba exactamente frente al presidente, sentado entre el director adjunto de la CIA y el director de NCTC. Había unos cuantos más en la sala, sentados detrás de nosotros en sofás y sillas.

El Presidente dio por terminado el briefing agradeciendo al grupo y diciéndoles que quería hablar a solas conmigo. Me quedé en mi silla.

Cuando los participantes comenzaron a salir de la Oficina Oval, el fiscal general se mantuvo junto a mi silla, pero el presidente le dio las gracias dijo que solo quería hablar conmigo. La última persona que se marchó fue Jared Kushner, quien también se quedó a mi lado e intercambió algunas bromas conmigo. El presidente lo excusó, diciendo que quería hablar conmigo.

Cuando se cerró la puerta junto al reloj de pie y nos quedamos solos, el presidente comenzó diciendo: “Quiero hablar de Mike Flynn”. Flynn había dimitido el día anterior.

El presidente comenzó diciendo que Flynn no había hecho nada malo al hablar con los rusos, pero tuvo que salir de él porque había engañado al vicepresidente.

Añadió que tenía otras preocupaciones acerca de Flynn, que no especificó a continuación.

El presidente hizo entonces una larga serie de comentarios acerca del problema con filtraciones de información clasificada, una preocupación que compartí y comparto.

Después de hablar unos minutos acerca de filtraciones, Reince Priebus se asomó a la puerta junto al reloj de pie y pude ver a un grupo de personas esperando detrás de él. El presidente le hizo una seña para que cerrara la puerta, diciendo que pronto terminaría. La puerta se cerró.

El presidente volvió al tema de Mike Flynn, diciendo: “Es un buen tipoy ha pasado por mucho”. Repitió que Flynn no había hecho nada malo en sus llamadas con los rusos, pero que había engañado al vicepresidente.

Entonces dijo: “Espero que usted pueda ver claro y pasar esto por alto, pasar a Flynn por alto. Él es un buen chico”. (De hecho, tuve una experiencia positiva al tratar con Mike Flynn cuando era colega como director de la Agencia de Inteligencia de Defensa al principio de yo ocupar mi puesto en el FBI. Yo no dije que “pasaría esto por alto”.

El presidente volvió brevemente al problema de las filtraciones. Entonces me levanté y salí por la puerta junto al reloj de pie, atravesando el gran grupo de personas que esperaba allí, incluyendo al señor Priebus y al vicepresidente.

Inmediatamente preparé un memorando no clasificado de la conversación acerca de Flynn y discutí el asunto con la dirección del FBI.

Según entendí, el presidente pedía que abandonáramos cualquier investigación de Flynn en relación con declaraciones falsas acerca de sus conversaciones con el embajador ruso en diciembre.

No entendí que el presidente estuviera hablando de una investigación más amplia acerca de Rusia o de posibles vínculos con su campaña. Podría estar equivocado, pero consideré que estaba enfocado en lo que acababa de suceder con la salida de Flynn y la controversia en torno a su versión de las llamadas telefónicas. Sin embargo, era muy preocupante, dado el
papel del FBI como una agencia independiente de investigación.

El equipo del FBI estaba de acuerdo conmigo en que era importante no infectar al equipo de investigación con la solicitud del presidente, que no teníamos la intención de cumplir.

También concluimos que, dado que se trataba de una conversación en solitario conmigo, no había nada que corroborara mi versión.

Llegamos a la conclusión de que tenía poco sentido comunicarlo a las Sesiones del Fiscal General, quien esperábamos que se recusaría a sí mismo de participar en investigaciones relacionadas con Rusia. (Lo hizo dos semanas más tarde).

El fiscal general adjunto fue designado entonces como interino por parte de un fiscal federal, que tampoco pasaría mucho tiempo en el cargo.

Después de discutir el asunto, decidimos mantenerlo muy en secreto, decidiendo averiguar qué hacer con el asunto a medida que nuestra investigación progresara. La investigación avanzó a toda velocidad, sin que ninguno de los miembros del equipo de investigación –o los abogados del Departamento de Justicia que los apoyaban– conocieran dela solicitud del presidente.

Poco tiempo después, conversé con el fiscal general Sessions en persona para transmitirle las preocupaciones del presidente acerca delas filtraciones. Aproveché la oportunidad para implorar al fiscal general que evitara cualquier comunicación directa futura entre el presidente y yo.

Le dije que lo que acababa de ocurrir –que le pidiera que renunciara mientras que el director del FBI, que se subordina al fiscal general, permaneciera– era inapropiado y nunca debería suceder.

No respondió. Por las razones discutidas arriba, no mencioné que el presidente abordó la investigación potencial del FBI acerca del general Flynn.

Llamada telefónica, 30 de marzo

En la mañana del 30 de marzo, el Presidente me llamó al FBI. Él describió la investigación de Rusia como “una nube” que estaba deteriorando su capacidad de actuar en nombre del país.

Dijo que no tenía nada que ver con Rusia, que no había estado involucrado con prostitutas en Rusia, y que siempre había asumido que le estaban grabando cuando estuvo en Rusia.

Me preguntó qué podíamos hacer para “disipar la nube”. Respondí que estábamos investigando el asunto tan rápido como podíamos, y que sería muy beneficioso, si no encontrábamos nada, que hubiéramos hecho el trabajo bien. Estuvo de acuerdo, pero luego hizo hincapié en los problemas que esto le estaba acusando.

A continuación, el presidente preguntó por qué había habido una audiencia en el Congreso acerca de Rusia la semana anterior –en la que yo, como había ordenado el Departamento de Justicia, confirmé la investigación acerca de una posible coordinación entre Rusia y la campaña Trump.

Expliqué las exigencias de la dirección de ambos partidos en el Congreso en cuanto a más información, y que el senador Grassley incluso había detenido la confirmación del fiscal general adjunto hasta que le informamos en detalle acerca de la investigación.

Le expliqué que habíamos informado a los dirigentes del Congreso acerca de qué personas exactamente estábamos investigando y que les habíamos dicho a los líderes del Congreso que no estábamos investigando personalmente al Presidente Trump.

Le recordé al presidente que previamente le había dicho eso. Él me dijo repetidamente: “Tenemos que hacer público ese hecho”. (No le dije al presidente que el FBI y el Departamento de Justicia habían sido reticentes a hacer declaraciones públicas de que no teníamos un caso abierto contra el presidente Trump por un número de razones, principalmente porque nos obligaría a corregir la declaración si eso cambiara.)

El presidente continuó diciendo que si hubiera algunos asociados “satélites” suyos que hubieran hecho algo mal sería bueno descubrirlo, pero que él no había hecho nada malo y esperaba encontrar una manera de aclarar de que no lo estábamos investigando.

En un giro abrupto, cambió la conversación en cuanto al subdirector del FBI, Andrew McCabe, diciendo que no había planteado “la cosa de McCabe” porque yo había dicho que McCabe era un hombre honorable, aunque McAuliffe estaba cerca de los Clinton y le había dado (creo que se refería a la esposa del subdirector McCabe) dinero para la campaña.

Aunque no entendía por qué el Presidente estaba planteando esto, repetí que el señor McCabe era una persona honorable.

Él terminó subrayando lo de “la nube” que estaba interfiriendo con su capacidad de hacer tratos para el país y dijo que esperaba que yo pudiera encontrar una forma de decir que él no  estaba bajo
investigación. Le dije que vería lo que podíamos hacer y qué haríamos nuestro trabajo de investigación lo más rápido posible.

Inmediatamente después de esa conversación, llamé al fiscal general adjunto interino Dana Boente (para entonces el fiscal general Sessions se había recusado a sí mismo en cuanto a todos los asuntos relacionados con Rusia), para informarle acerca del meollo de la llamada del presidente, y le dije que esperaría su orientación.

No recibí respuesta de él antes de que el presidente volviera a llamarme dos semanas más tarde.

Llamada telefónica, 11 de abril

En la mañana del 11 de abril, el Presidente me llamó y me preguntó qué había hecho acerca de su petición de que yo “dijera públicamente” de que él personalmente no estaba bajo investigación.

Le respondí que había pasado su solicitud al fiscal general adjunto interino, pero que no había recibido respuesta. Él respondió que “la nube” estaba interponiéndose en su capacidad para hacer su trabajo. Dijo que quizás él haría que su gente su comunicara con el fiscal general adjunto interino.

Dije que era la mejor manera en que su petición debía ser manejada. Dije que el asesor legal de la Casa Blanca debería ponerse en contacto con la dirección del Departamento de Justicia para hacerla solicitud, que era el canal tradicional.
Dijo que lo haría y añadió: “Porque he sido muy leal con usted, muy
leal; tuvimos aquella cosa que usted sabe”.

No le respondí ni le pregunté qué quería decir con “aquella cosa”. Sólo le dije que la manera de manejar el asunto era que el asesor legal de la Casa Blanca llamara al fiscal general adjunto interino. Dijo que eso era lo que él haría y colgó.

Esta fue la última vez que hablé con el presidente Trump