Arthur González
El mundo conoce bien lo acontecido el 11 de septiembre de 1971 en Chile, cuando el gobierno estadounidense con apoyo de la CIA, organizó el golpe de estado contra el presidente constitucional Dr. Salvador Allende, e impuso al sanguinario dictador Augusto Pinochet.Para ese asesino solo hubo respaldo de la Casa Blanca y sus principales aliados europeos.
Ahora a más de 40 años de aquel crimen que acabó con la vida de miles inocentes, esos mismos autores repiten la receta, pero esta vez contra otro presidente socialista elegido por su pueblo en elecciones democráticas, el que tampoco es del agrado de Washington.
Para deponer a Salvador Allende, la CIA compró a jefes militares y subordinados, quienes traicionaron la misma constitución que hipócritamente juraron defender y utilizando la aviación, bombardearon el palacio presidencial en el majestuoso Palacio de La Moneda y otros puntos importantes del país.
Venezuela acaba de denunciar públicamente un plan de golpe de estado contra el presidente Nicolás Maduro, en el cual Estados Unidos y su puesto de dirección adelantado ubicado en la embajada diplomática en Caracas, preparaban las condiciones para apoyar una sedición encabezada por algunos oficiales del ejército y la aviación comprados con cientos de miles de dólares.
El plan es similar al ejecutado en Chile, incluido el bombardeo al Palacio de Miraflores, sede del gobierno; el Ministerio Público; La Plaza Venezuela con su transitado bulevar; el edificio donde está enclavado el canal de televisión multiestatal TeleSur; el Ministerio de Defensa y los locales de la Dirección de Inteligencia.
El golpe contaba con el total apoyo de la derecha venezolana, entre ellos el alcalde Mayor de Caracas Antonio Ledezma y el diputado Julio Borges, ambos entrenados por diplomáticos estadounidenses serían los encargados de informar a la población de la rebelión militar y la formación de un gobierno de “Transición” made in USA.
Por supuesto que los pasaportes de todos los complotados fueron visados anteriormente en la embajada norteamericana, para salir del país en caso de un fracaso.
Esta vez el tiro les salió por la culata. Oficiales fieles a su pueblo denunciaron oportunamente esos planes e impidieron el derramamiento de sangre venezolana inocente.
La Unión Europea, tan preocupada por los derechos humanos en países que tienen gobiernos no aceptables para la Casa Blanca, se ha quedado muda; ni un solo comunicado ha emitido en contra de ese acto criminal la alta comisionada Catherin Ashton, siempre presta a acusar a Cuba de ser “violadora” de los derechos humanos.
¿No considerarán los europeos un golpe de estado que incluya bombardeos y asesinatos, una violación total a los derechos humanos?
Este es el momento de conocer realmente quienes son los verdaderos violadores de los derechos de la humanidad, algo que la prensa mundial, incluidas las televisoras al servicio de las causas más bajas y sucias no divulgarán.
Una vez más el crimen será silenciado, para eso la CIA tiene reclutados directivos y periodistas de los principales diarios, algo conocido desde que se hizo pública la “Operación Mockingbird”, plan secreto de la agencia iniciado en los primeros años de la década de los años 50 del siglo XX, por parte del oficial Frank Wisner, de la Dirección de Planes.
Para llevarla a cabo, la CIA reclutó a reconocidos periodistas de importantes órganos de prensa, con el fin de difundir internacionalmente informaciones manipuladas, para conformar campañas de prensa y crear matrices de opinión favorables a sus planes.
Muy diferente será la actuación de los que ahora callan, cuando el gobierno venezolano atraiga a la responsabilidad penal a los complotados. Ahí comenzarán las campañas de prensa para acusar a Venezuela y apoyar a los que entre sus planes estaba el asesinato a los principales líderes y a los ciudadanos que los apoyan.
Esa es la fórmula que emplean los poderosos que no respetan los derechos y la decisión popular de elegir soberanamente el sistema político y económico que desean.
No en balde José Martí afirmó horas antes de caer en combate:
“Los árboles se han de poner en fila para que no pase el gigante de las siete leguas. Es hora del recuento y de la marcha unida y hemos de andar en cuadro apretado como la plata en la raíces de los Andes”.
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