Por Arthur González
Mucha hipocresía abunda entre algunos sacerdotes católicos, intoxicados por las campañas anticubanas que se divulgan en las redes sociales, y ahora se manifiestan “preocupados” por una hipotética represión el 15 de noviembre, como si en Cuba la policía actuara como en Estados Unidos, Colombia, Chile Ecuador y otros países europeos, donde disparan balas de goma y de fuego contra el pueblo, unido a los potentes chorros de agua fría, el empleo de gases lacrimógenos y porrazos despiadados, algo que jamás se ha visto en la Isla después de 1959.
¿Por qué no emitieron una declaración por la muerte de George Floyd a manos de cuatro policías yanquis, o por las más de 300 masacres en Colombia? Ni una misa dedicaron a esos inocentes y ahora de cínicos envían carta a las autoridades civiles y militares de Cuba, para congraciarse con los yanquis y la mafia de Miami.
En su misiva expresan: “Los que firmamos esta carta somos cubanos, sacerdotes católicos llamados a ser pastores de nuestro pueblo, que queremos sólo el bien de nuestra patria, queremos una Cuba donde reinen la justicia, la libertad y la paz” … “No queremos volver a ver policías golpeando y maltratando a su propio pueblo. No queremos que se vuelva a derramar sangre, no queremos volver a escuchar disparos. Ese no es el camino que nos llevará a la Cuba que necesitamos y que todos deseamos”
“No golpees a los manifestantes porque tanto ustedes como ellos viven entre tanta escasez y miseria…No les impidas marchar pacíficamente, porque tanto ustedes como ellos quieren vivir sin miedo a decir lo que piensan, sin miedo a ser vigilados, sin miedo a caer en desgracia”.
De qué sangre, golpes y disparos hablan esos hipócritas que dicen sentirse cubanos y nunca condenan la criminal guerra económica, comercial y financiera causante de tantas limitaciones, incluso la ampliación de las sanciones en medio de la pandemia de la Covid-19.
Dónde está su crítica a esa situación que sufre el pueblo cubano a causa de la guerra económica, que como dicen los documentos oficiales yanquis, es para “inducir al régimen comunista a fracasar en su esfuerzo por satisfacer las necesidades del país, unido a las operaciones psicológicas acrecentarán el resentimiento de la población contra el régimen”.
El clero católico jamás condenó los crímenes causados entre el campesinado cubano por las bandas de alzados, organizados, financiados y armados por la CIA, entre ellos el vil asesinato del maestro voluntario Conrado Benítez García y el campesino Eliodoro Rodríguez Linares, ni los asesinatos del maestro Delfín Sen Cedré, de Manuel Ascunce Domenech con solo 16 años y el campesino Pedro Lantigua Ortega.
Para esas víctimas por solo enseñaban a leer y a escribir, no hubo ruegos a la Virgen de la Caridad del Cobre. Tampoco enviaron cartas a la Casa Blanca para que cesara en su guerra sucia que estimulaba a aquellos criminales a matar, como hicieron con los niños campesinos Yolanda y Fermín Rodríguez Díaz, de 11 y 13 años de edad, asesinados en la finca La Candelaria, Bolondrón, Pedro Betancourt, Matanzas, por la banda de Juan José Catalá Coste, ni por el asesinato del niño de 10 años Albinio Sánchez Rodríguez, por la banda del contrarrevolucionario Delio Almeida.
Sus familiares nunca han podido cerrar esas heridas y para ellos no hubo consuelo, ruegos a la Virgen, ni misas para encomendar sus almas a Dios.
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